de Álvaro Sánchez Ortiz
Yosahandi Navarrete Quan*
Álvaro Sánchez Ortiz es egresado de Letras Hispánicas SUA, profesor y, sobre todo, narrador de historias, oficio más que necesario en un mundo digital, donde las experiencias efímeras se exhiben en las páginas de las redes sociales. En contraste, las historias humanas permanecen, pues como él mismo nos dice en su libro, "Las historias no sirven para vivir como sirve una herramienta, y sin embargo no se puede vivir sin historias".
Telúrico es una compilación de cuentos breves que se centran en las repercusiones que los terremotos de 1985 y de 2017 dejaron en quienes los vivimos. En quienes los sobrevivimos. Porque, como el autor señala, "[…]los temblores y otras catástrofes son tremendos porque condensan la vida. Convierten todo nuestro pasado en presencia y todo nuestro futuro en anhelo". Nuestra propia vulnerabilidad queda expuesta cuando enfrentamos un fenómeno que no podemos controlar.
Por eso las treinta historias que componen este libro nos hacen recordar, reír, reflexionar, llorar. Son treinta cuentos que hablan del terrible y destructivo dragón que cimbra las calles y mueve los edificios durante su paso por la Ciudad de México. El movimiento sinuoso de su cola y las llamaradas que salen de su boca repercuten en cada uno de los personajes que habitan las páginas de Telúrico.
Los relatos del libro que nos ocupa ocurren entre el 19 de septiembre de 1985 hasta el 16 de febrero de 2018. Ya sea en la madrugada, bien entrada la mañana o al anochecer, el eco de los temblores y de la alerta sísmica siempre conmociona. Telúrico explora la vivencia de distintos personajes citadinos, sobrevivientes de la tragedia: albañiles, "godínez", amantes de la ópera, ninis, ancianos, y niños. Todos nos vemos implicados.
Así, vemos al típico teporocho desvelado quien es el único que, en su delirio, puede ver el verdadero rostro del destructor de ciudades. Nos encontramos con aquellos para quienes sobrevivir se convirtió en la posibilidad de construir una nueva vida, o madurar "a huevo" porque no queda de otra después de perderlo todo.
Telúrico también devela el papel de la corrupción en el número de edificios colapsados porque, y en esto se hace énfasis entre las páginas del libro, claro que hubo culpables: los que por ganar unos pesos privilegiaron el uso de materiales baratos y endebles sobre la vida de los habitantes; aquellos que siempre encuentran excusas para disculpar su papel en la devastación, un repetirse "yo no fui" hasta que la muerte de un ser querido pone la verdad frente a sus ojos. O en oposición, del orgullo de un albañil frente a un trabajo bien realizado, que no solo plasma sus habilidades como constructor sino que también salva vidas.
El libro es un espejo que refleja eventos similares ocurridos en un mismo espacio, pero en realidades distintas realidades, producto del paso de los años: la de aquellos citadinos que, mano con mano, sobrepasaron la lenta respuesta de las autoridades y unidos se dieron a la tarea de remover escombros para buscar sobrevivientes. Y la de ahora, en la que hay que amotinarse para poder apoyar a los damnificados porque hay horarios que cumplir y un trabajo absurdo que no deja tiempo para lo emergente. O cuando ejerces el trabajo más ingrato del mundo y cuelgas tu ética, tu moral y tu conciencia en un perchero antes de ayudar a "maquillar" el número de muertos, pues a fin de cuentas uno necesita el trabajo y el número final de damnificados se trata tan solo de simples matemáticas.
Así, uno a uno desfilan ante nuestros ojos jóvenes que cargan con la culpa de sobrevivir pese a no considerarse tan valiosos como los que murieron, niñas que sacrifican su futuro por salvar vidas humanas, el ejemplo de personajes como Plácido Domingo, que nos demostró que ni la nacionalidad extranjera ni la fama son un impedimento para ampollarse las manos cuando se trata de buscar a tu familia.
El libro habla de las vidas paralelas, donde el cine, el pasado y el presente se entremezclan, como en el cuento de "Sincronías". O cuando al observar caer las cenizas de los muertos una niña piensa que solamente son las estrellas que se apagan en el cielo. Y al respecto me pregunto, ¿qué es la muerte sino una luz que pierde su brillo?
Telúrico nos enfrenta a la posibilidad del fin de nuestra existencia, pues a veces la sobrevivencia no depende de nosotros mismos. Así, mientras esperamos nuestro destino, rememoramos los eventos que nos marcaron, fantaseamos con un futuro que no sabemos si llegará o no, y cuando vemos la luz, no sabemos si se trata de la muerte que viene por nosotros o del hueco hecho con el trabajo de palas y picos por el que nos sacarán los rescatistas.
Los temblores producen réplicas, en la tierra, y por supuesto en quienes se salvaron. Quedan el dolor, la añoranza, la tristeza, aquella vida no vivida, los sueños inacabados, las promesas no cumplidas, o que sólo podrán cumplirse en otro plano de la existencia. Pero eso sí, no queda duda, pues cuando te toca te toca, y en esas ironías del destino, la muerte acecha aunque el temblor no te haya matado.
Imposible hablar de todos las historias de Telúrico. Hay que leerlas y saborearlas. Imaginarlas, revivirlas. Porque a todos los defeños, ahora habitantes de la Ciudad de México, nos tocan, los que vivimos ambos temblores o los que aprendieron a la brava que los simulacros sí sirven y terremotos, alarmas sísmicas, damnificados y sobrevivientes son referentes que tenemos tatuados en la piel.
Telúrico no sólo habla de terremotos, habla de vivencias, sueños, canciones que pueden ser nuestras propias vivencias, nuestros sueños y canciones. Los invito a adentrarse en las historias que viven en estas páginas, porque, como mencioné al principio de esta presentación, "no se puede vivir sin historias".
* Yosahandi Navarrete, doctora en Literatura y profesora en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.