Entrevista con Carlos A. Chávez, autor de Papel picado
(Ediciones Digitales Punto de Partida, 2018)
(Ediciones Digitales Punto de Partida, 2018)
César Tejeda Argüelles. 2019
Alguna vez quise escribir un libro formado por aquellos relatos que los grandes cuentistas dejaron sólo como proyecto, y por relatos que se perdieron en la historia y de los cuales sólo conservamos el título. Estos serían atribuidos a los editores o a negros literarios cercanos a los autores. Mi entonces esposa leía mis textos desconcertada; cuando terminaba, me decía que lo mío era el ensayo, que debía probar por ahí. Por entonces, en una clase, Luigi Amara nos invitó a leer las reseñas ficticias como parte del repertorio del ensayo contemporáneo. Recordé a Pierre Menard y al libro de El himen en México que Arreola juró haber encontrado. Estos textos tenían la forma que yo necesitaba, la intersección entre ficción y ensayo. Esa noche me puse a investigar y encontré entre decenas de PDF a Javeen Penthima, autor de Historia de los negros de la literatura. Me decidí a contar la historia de su trabajo porque sintetizaba las preocupaciones de mi proyecto literario y mis padecimientos profesionales.
Cuéntanos cómo fue el proceso creativo de Papel picado, ¿cuál fue el primer ensayo que escribiste?, ¿cuándo pensaste que podías formar un libro con tus textos?, ¿cuánto tiempo te tomó?
A lo largo del 2015 acumulé ensayos, que es lo mismo que decir vivencias, hasta que en su amontonamiento pude reconocer que algunos formaban un rostro, como la virgen que se aparece en las manchas de la pared a los devotos. La primera mancha brotó de dos circunstancias: mi fracaso como cuentista y la mezcla de satisfacción y resentimiento que sentía al ver cómo en el sector editorial los autores apenas notaban el trabajo de mis colegas y el mío. O sea, pura frustración.
Alguna vez quise escribir un libro formado por aquellos relatos que los grandes cuentistas dejaron sólo como proyecto, y por relatos que se perdieron en la historia y de los cuales sólo conservamos el título. Estos serían atribuidos a los editores o a negros literarios cercanos a los autores. Mi entonces esposa leía mis textos desconcertada; cuando terminaba, me decía que lo mío era el ensayo, que debía probar por ahí. Por entonces, en una clase, Luigi Amara nos invitó a leer las reseñas ficticias como parte del repertorio del ensayo contemporáneo. Recordé a Pierre Menard y al libro de El himen en México que Arreola juró haber encontrado. Estos textos tenían la forma que yo necesitaba, la intersección entre ficción y ensayo. Esa noche me puse a investigar y encontré entre decenas de PDF a Javeen Penthima, autor de Historia de los negros de la literatura. Me decidí a contar la historia de su trabajo porque sintetizaba las preocupaciones de mi proyecto literario y mis padecimientos profesionales.
A partir de esta reseña-ensayo seguí probándome en otros tópicos ensayísticos con la intención de actualizarlos en carne propia: la autoexploración, el arte del paseo, la semblanza literaria. También aprendí que podía plasmar mis vivencias con cierto interés formal, escapar de la confesión del diario sosteniéndome en el rigor lúdico de la literatura. En la dispersión temática de estos textos reconocí un hilo que los tejía, cierto tono y estilo.
¿Quiénes han sido las personas más determinantes en la confección (por llamarla de algún modo) de tu vocación literaria?
Mi necesidad de escribir nació de la pasión por la literatura. Mi familia no escapó al prestigio de la letra impresa tan generalizado en la clase media. Yo miraba con una reverencia ahora vergonzosa los tres niveles del pequeño librero que conformaban nuestra biblioteca familiar. Mis padres, mis hermanos y la evocación de un abuelo periodista al que no alcancé a conocer alimentaron ese misterio de escribir que yo quería desentrañar, fascinado. Quizá eso que llaman vocación, en mí se formuló como un desafío a la superioridad que yo atribuía a Rubén Darío, a Cervantes; un gesto por humanizarlos, diría. Más tarde me sedujo la posibilidad de emular el placer de forjar artefactos mentales como los de Borges y Cortázar. Nunca pude, pero ya estaba enganchado. Cuando personas cercanas empezaron a confiar en mi escritura, ya no hubo vuelta atrás.
¿Qué es el ensayo para ti? ¿Escribes otros géneros literarios? ¿Cuál es tu experiencia al habitar las fronteras entre el ensayo personal, el ensayo literario y el ensayo ficción?
Yo sufro de una "ensayitis" grave. Veo ensayos debajo de las piedras. Ante todo para combatir la noción muy difundida, y tan nociva, del ensayo como un producto intelectual. Considero que el ensayo, más que un género literario, es una estrategia para acercarse a la realidad; es decir, un camino que sale del campo de la literatura para conducirnos a confrontar la experiencia personal. Existe quien incluso lo considera un proyecto de vida. Esta postura se nutre del estrecho contacto que el ensayo contemporáneo ha tenido con el arte plástico, movimientos como el perfomance y el live art. El factor común que veo en estas expresiones es que se trata de hacer consciente la experiencia, de darle la vuelta a lo existente. De ahí que el ensayo prefiera camuflarse en formas ya constituidas, su mecanismo es el de la parodia: estudios literarios, obras de teatro (como Alberto Villarreal), novelas, cuentos, memorias y biografías, reseñas, recetarios, películas. Si yo he escrito hasta ahora ensayos que podrían llamarse literarios por los temas en torno a los que divago, es porque ahí he tenido vivencias fundamentales, las cuales vinculo con otras no menos significativas ocurridas a nivel de calle, digamos. De modo que para mí hay un continuum entre el ensayo personal, el literario y la autoficción.
¿Cuál ha sido tu experiencia al publicar un libro digital?
Papel picado es el primer libro que publico. Para mí fue motivo de inmensa felicidad y liberación, pues por fin se reconocía públicamente la existencia de esos textos y podían ya andar por el mundo sostenidos de los ojos de lectores desconocidos. El hecho de que fuera digital prometía una mayor accesibilidad a los lectores. Cierto que el libro impreso aún mantiene su prestigio y es preferido por encima del libro digital, pero en la práctica la versatilidad y portabilidad del digital va ganando sus adeptos. Por encima de esto, me gusta mucho haber colaborado en un proyecto que rasga uno de los últimos tótems de la institución literaria que es el libro, esa materialidad opaca y definitiva cuyos ejemplares se abultan en bodegas, más aún cuando se trata de literatura joven. ¿Para qué imprimir un libro más? Ya Cervantes inauguró la literatura moderna haciendo a sus personajes incendiarios de bibliotecas. Quizá sea en la "digitalidad" de las palabras donde hay más posibilidades para la nueva literatura.
¿Consideras que formas partes de una generación con características específicas?
A pesar de la multiplicidad temática y formal en la literatura mexicana joven, veo las dos tendencias clásicas entre formalistas y fondistas, es decir, entre quienes están interesados en desarrollar el lenguaje formal de lo literario y aquellos empeñados en recabar los nuevos relatos de nuestro contexto. Ambos confluyen en la autoficción, ese oasis de renovación y autenticidad que evade las poses e invita al compromiso.
De ahí que últimamente el ensayo haya ganado muchos adeptos, en su mayoría jóvenes, atraídos no tanto por la provisionalidad de sus conclusiones (el rasgo que Christy Wampole considera más llamativo para las sociedades posmodernas), sino por el tono confesional, por la exposición de uno mismo (mecanismos a los que nos acostumbran las redes sociales) y sobre todo por la actitud desenfadada para derrocar mitos y figuras de autoridad. De modo que si hay un rasgo que nos une como generación acaso sea que no queremos, ni podríamos, ser Octavio Paz. Me parece que, ante la erosión de la figura del intelectual, los escritores jóvenes apostamos por construir redes horizontales, por más utópico que parezca.
A ello habría que sumar la consciencia de haber nacido después del apocalipsis, ante lo cual no cabe más que el cinismo o un compromiso que no evade su ironía. Creo que en mi escritura hay un poco de ello.
Hay quien dice que si quieres ser un escritor no debes estudiar letras, ¿qué opinas al respecto?
Yo estudié Letras y padezco de esa deformación profesional. Creo que es muy elocuente el hecho de que los mejores escritores que conocí en la carrera eran los peores estudiantes. La razón es obvia: se trata de actividades muy distintas y muy celosas. El problema con las carreras de Letras es que son una trampa para los escritores. En primer lugar porque escribir es un proceso vital que difícilmente puede enseñarse si no es degradando el oficio. En segundo lugar, y quizá aún más importante, porque al estudiar Letras se implanta ese malestar que Harold Bloom identificó en la tradición anglosajona, tan académica, la "angustia de la influencia", que en términos prácticos se traduce como la superación de conceptos teóricos que nos han enseñado a leer en las grandes figuras autorales.
¿Cómo escribes?, ¿tienes manías, amuletos o supersticiones?
Escribo en completa soledad y silencio, después de salir a caminar con mi perro. Esta caminata es una especie de superstición que limpia mi espacio de trabajo y a mí mismo de la dinámica de oficinista en la que estoy inmiscuido la mayor parte del día. Además necesito escribir siempre a partir de notas manuscritas que desarrollo más tarde en la computadora. Me gusta mucho utilizar la plasticidad que permite el procesador de textos, que antes consideraba como una degradación del oficio, pero que, en la práctica, me parece que está impulsando nuevas formas de entender el proceso creativo.
¿Qué proyecto tienes a corto plazo como escritor?
Trabajo en un libro de ensayos sobre los mapas como herramientas para la desorientación y la creación de territorios imaginarios.