Entrevista con Esmeralda Ríos, autora de Réquiem para un pez escarlata (Ediciones Digitales Punto de Partida, 2019)
Esmeralda Ríos es estudiante de la maestría en Diseño y Comunicación Visual y autora de Réquiem para un pez escarlata. El jurado de #EdPunto2019 premió esta novela al considerar que Esmeralda Ríos había demostrado una gran pericia narrativa para construir atmósferas, sentimientos y personajes, y que el entramado de su libro —construido de manera sutil— envolvía al lector con destreza.
Cuéntanos cómo fue el proceso creativo de Réquiem para un pez escarlata.
La novela fue escrita en un periodo muy corto. El 80% fue escrito en tres días. Me encerré un viernes en mi departamento y no dejé de escribir hasta el domingo por la noche. ¡Ojalá que mis proyectos siempre fluyeran así! Por lo general invierto mucho tiempo sólo en concebir y dar forma a una historia; considero que soy lenta en mis procesos creativos. Pienso que la clave con Réquiem para un pez escarlata fue que el tema se me había ocurrido muchos años atrás, cuando estaba aprendiendo a pintar. La historia de Camila se fue dibujando en mi interior; es innegable que la novela, sin ser autobiográfica, tiene mucho de mi experiencia en la entonces Escuela Nacional de Artes Plásticas. El trabajo que hice aquel fin de semana fue más parecido a imprimir una estampa grabada en mi cabeza que a escribir una novela. En el proceso de reescritura cambió poco la trama —algo que es poco frecuente en mis procesos—, me dediqué a pulir cuestiones de lenguaje.
Desde el inicio tuve una intuición con Réquiem para un pez escarlata y confié. Comenzó como un texto muy breve que sería parte de un libro de cuentos que reflexionaría en torno al arte, pero, pronto, descubrí que esas tres cuartillas no me bastaban para contar la historia de la protagonista. Quería conocer su vida, conocer qué la había llevado a pensar de esa manera, los motores de su búsqueda. Escribí la novela a finales de 2016 como un ejercicio. No recuerdo un hecho preciso que me detonara esta historia, aunque sí el momento en que surgió: me encontraba sentada frente a la luna de una habitación rústica color rojo en la casa de mis padres; ahí, ante mi reflejo, tuve la reflexión de que uno debería poder decidir la forma de su muerte, como un derecho ganado, y de inmediato pensé en pinturas. No poseo un instinto suicida; al contrario, siento un gran deseo de vivir y lo que me aterra es pensar en una existencia sin sustancia, gris, y más en comparación con la eternidad. Ese temor quizá sí sea la causa de que Camila, la protagonista de Réquiem, se enfrente al mismo dilema.
El nombre de mi personaje protagonista es un homenaje a la Carmilla de Le Fanu. Las buenas historias vampíricas han sido siempre, para mí, auténticos tratados de filosofía, como Berenice de Poe, las Crónicas Vampíricas de Rice, Drácula de Bram Stoker. Concebí Réquiem como un modesto homenaje a estas obras tan importantes en la construcción de mi propio imaginario.
¿Quiénes han sido las personas más determinantes en la confección de tu vocación literaria?
Antes que vocación literaria tengo que hablar de una vocación narrativa, y antes de una vocación lectora. De mis primeros recuerdos de infancia están los de mis padres y mi hermana mayor, siempre leyendo. Aprender a leer para mí tenía poco de técnica y mucho de magia; quizá, hoy sigo pensando de esa forma. Mi padre nos leía cuentos extraídos de Los Titanes de la Literatura Infantil, volumen que permanece en mi biblioteca como un amuleto. Mi abuelo paterno nos regalaba libros cada día de los Reyes. Leí mucho, de niña y adolescente —añoro cuando podía tumbarme por días enteros sólo a leer—, y me rodeé de personas que lo hacían tanto o más que yo. Fui fan de los juegos de rol que compartía con mi hermano y mis primos. A la par, el cine de animación me cautivó, fue entonces que supe que quería hacer historias, y subrayo este verbo porque en realidad lo que siempre me ha motivado es narrar: literatura, animación, narrativa gráfica. El medio es determinado por el proyecto, la trama es la que pide ser contada con un leguaje u otro.
Si debo mencionar personas, es preciso nombrar a Peter Beagle, autor de The last unicorn, novela que fue llevada a animación por Arthur Rankin y Jules Bass en 1982; con Amaltea —la protagonista— descubrí la belleza trágica de la metamorfosis, el punto de no retorno que más tarde aprendí de las teorías literarias. A Remedios Varo, cuyas obras pictóricas son por sí mismas un tratado de narrativa. A Úrsula K. Le Guin, quien me enseñó, con sus textos, que la ciencia ficción y la fantasía expanden las posibilidades al permitirnos explorar una realidad más profunda y compleja, parafraseando al maestro Borges. Un poco después Garro, Cortázar, Bioy Casares, Dávila. Entre mis profesores menciono a Gerardo de la Torre, Lola Horner, Jesús Nieto, Fernando de León, María Hope, Javier Malpica, Elsie Méndez, César Gándara, Víctor Leitón, Leo Mendoza y Agustín Monsreal. Ellos me enseñaron que la literatura es la única manera de vivir.
¿Qué es la novela para ti? ¿Escribes otros géneros literarios?
La novela es una partitura compuesta por personajes, atmósfera, tempo, etcétera. Cada elemento debe tener una duración precisa para conseguir armonía. Podemos tomar ciertos compases que nos impactan especialmente, pero, para entender la pieza completa, hay que leerla de principio a fin. Algunas veces nos deja salir poco a poco, de puntillas y con un susurro; otras, termina en la nota más alta y nos deja caer al vacío, solos con el peso de nuestras propias emociones. Dicen por ahí que la novela es el género literario consentido de los lectores y quizá sea verdad, pero, desde mi visión, lo es sólo porque me dura más tiempo entre las manos. ¿Cuántas veces no hemos cerrado un libro con la sensación de dejar atrás a un ser querido?, ¿cuántas veces no hemos escuchado una canción y deseado que se alargue al infinito y siga vibrando para nosotros?
Reconozco que he leído más novela que cualquier otro género literario; sin embargo, he dedicado más tiempo a la escritura de cuento que de novela. Algunas veces pongo a prueba cierta idea mediante el cuento, como un ensayo, y según el desarrollo veo si me genera preguntas que detonen algo más, como fue el caso de Réquiem para un pez escarlata. Siento que en la novela nos podemos dar el lujo de no contar algo concreto, siempre que los personajes provoquen reflexiones y empatía. También, debido a mi formación plástica, trabajo textos cortos para álbumes ilustrados —libros donde el texto y la imagen tienen tal simbiosis que no podemos entender uno sin la otra—. De hecho, así fue como comencé a escribir y he publicado un par ellos.
¿Cuál ha sido tu experiencia al publicar un libro digital?
En definitiva ha sido una gran sorpresa. Pertenezco a una generación que aún se debate entre la cultura impresa y la digital: queremos salvar árboles, pero estamos enamorados del olor y la textura del papel; amamos la tecnología que nos permite tener una Biblioteca de Babel completa y portarla en nuestra mochila, pero extrañamos el pasar de las páginas —hasta cortarnos los dedos con el papel—. En mi caso, además, soy diseñadora, claro que sufro del fetichismo del libro como objeto. No obstante, el saber que mi novela puede llegar en pocos segundos, o que está llegando, a los ojos de un usuario en casi cualquier parte del mundo es increíble. También aterrador, debo confesar. Si bien la plataforma digital exige al lector ciertos requerimientos técnicos —un equipo, un software, una conexión a internet para descarga, una app para lectura—, es una alternativa genial para llegar a una gran cantidad de lectores, en especial con una oportunidad única como la que ofrece Literatura UNAM con Ediciones Digitales Punto de Partida.
El reto es, ahora, convencer a los lectores de que invertir un poco de su tiempo en nuevos escritores puede sorprenderlos; espero, en este caso, que sea de manera grata. Vivimos con el tiempo contado y es difícil que la gente pueda destinar unos minutos a jóvenes escribanos que, encima, tienen el “descaro” de no dedicarse a las letras de manera exclusiva. Quizá el mayor aliciente sea el de poder encontrar ideas compartidas y contrastadas con personas que pertenecen al mismo tiempo y espacio, con dudas existenciales y problemas similares a los propios. Con escritores a quienes se les puede preguntar, de primera mano, qué les mueve a estampar con caracteres esas inquietudes que resultan mutuas. Además, nunca se sabe, quizá el lector sea parte del escenario de un texto contemporáneo: la joven nostálgica del metro, el hombre con el portafolio y el traje gris, los ojos que observan la ciudad desde la Torre Latino. Todos somos autores y personajes.
¿Consideras que formas partes de una generación con características específicas?, ¿qué opinas de los talleres literarios?
Si algo caracteriza a mi generación y a las cercanas, creo, es la contradicción. Somos el puente entre el mundo analógico y el digital, como expresé antes; entre el romanticismo y el pragmatismo, lo cual es bendición y maldición a la vez. Podemos tener lo mejor de los opuestos o sostener una lucha que deriva en una ansiedad eterna.
Me tocó ser parte de una generación de escritores, o creativos en general, con muchas ventajas técnicas —escribir en computadora, por ejemplo, si se piensa en lo fácil que resulta corregir un texto—, pero también enfrentamos los problemas de la originalidad, pues ya todo se ha escrito. Esto último me parece que ha banalizado el quehacer artístico. Apenas uno intenta innovar en el trabajo propio, desde su propia intuición y búsqueda, y por respuesta se topa con una voz tajante que le dice: “Eso ya lo hizo (inserte el nombre de un autor famoso aquí)”. Si uno no posee una buena dosis de confianza en el proyecto o terquedad, no hay camino posible. Mas no todo es oscuro, la apertura mediática y comunicativa nos permite encontrarnos con otros que vibren en la misma frecuencia. Es aquí también donde entran los grupos literarios, colectivos artísticos o simplemente amigos con los que se comparten inquietudes literarias. Por ejemplo: pertenezco a la Generación 57 de la escuela de escritores de la SOGEM, colegas de letras —y algunos de ellos mis mejores amigos— con los que crecí en este camino, donde enfrenté la crítica por primera vez y obtuve el reconocimiento de mi voz literaria. Tallerear un texto es emocional y mentalmente cansado, sobre todo al principio, cuando uno está dando sus primeros pasos; sin embargo, es una excelente oportunidad para mejorar un proyecto.
Es necesario encontrar un taller literario donde te sientas cobijado y no protegido; es decir, que sea integrado por personas con la sensibilidad necesaria para separarte del texto sin que sus comentarios te alejen de lo que quieres comunicar, donde prevalezca un ambiente de honestidad y respeto. Como los mejores amigos, deben ser capaces de exaltar los aciertos del texto así como los puntos flacos. Es difícil encontrar un espacio así, donde los grandes egos se cuelguen en el perchero antes de entrar. Y también es necesario desarrollar una piel grossa, capaz de aguantar la crítica. Conozco gente que abandona sus proyectos porque no resistió algún comentario poco favorable. El primer filtro debería ser el escritor mismo, quien debe tener humildad para admitir que no posee la verdad absoluta sin abandonar sus intuiciones. Es un balance complicado.
¿De qué manera conviven la artista visual y la escritora que hay en ti? ¿Consideras que la literatura puede influir tu quehacer como ilustradora y viceversa?
Son un complemento, el yin y el yang. Escribo con imágenes e ilustro con palabras. No siempre puedo definir cómo nació una idea en mi interior, si como imagen o como palabra y, a la vez, necesito separarlas. Incluso tengo dos espacios distintos: un estudio para escribir y otro para ilustrar. Dos cuartos propios, modestos pero que me permiten abstraerme del mundo. Es como tener dos chips, a veces es agotador pasar de uno a otro en periodos cortos de tiempo, pero parten de la misma pulsión: narrar.
He llegado a pensar que debí estudiar letras, mas de inmediato me retracto y me doy cuenta de que si lo hubiera hecho lamentaría no haber estudiado diseño. Mi escritura es visual y —según me han dicho— mis ilustraciones son poéticas. Apenas un relato comienza a esbozarse en mi cabeza y va tomando la forma que necesita para existir: letras, gráfica, animación, el lenguaje lo eligen los personajes. Curioso, escribo con lápiz y boceto con tinta.
Algunas veces me han cuestionado el por qué no decantarme por una profesión y enfocar todas mis energías en ella —ya se sabe, vivimos el tiempo de la hiperespecialización—. Quizá nunca seré maestra en un área o en otra pero sí honesta y congruente con el modo de vivir que elegí, con mis pasiones. Para mí, es indispensable abrevar de todas ellas para crear o —quizá resulte más correcto— para descubrir.
A pesar de que tengo poco tiempo intentando llevar mi espíritu literario a un nivel “profesional”, la literatura siempre ha sido una fuerte influencia en mi andar gráfico, no sólo como una inspiración, sino que también he tratado de llevar sus mecanismos narrativos a la pintura, a la ilustración, así como he vertido los engranajes de la narrativa visual en la literaria. Al final ambas —para mí— buscan la misma cosa: hacernos mirar hacia adentro para cambiar el afuera y, si no cambiarlo, hacerlo más tolerable.
¿Cómo escribes?, ¿tienes manías, amuletos o supersticiones?
Mi laptop, un café —o tres—, comenzar a la última hora de la noche o, lo que es lo mismo, a la primera de la mañana, en silencio para dejar las voces y los escenarios dibujarse en mi cabeza, sin reservas ni imposiciones de tempos ajenos —es muy raro que escriba con música de fondo e imposible si los vecinos “arman la fiesta”—. Es un ritual. Los libros de mis autores favoritos tienen su lugar en el escritorio, ni siquiera en un librero, así, cerca, donde me susurran aunque sea a página cerrada. Frente al espejo platico conmigo misma y encuentro las frases que por momentos se atoran en la punta de mis dedos. Tengo una libreta para las ideas fugaces, que si bien no siempre colisionan en una historia, son el testimonio de que algo se remueve dentro y pugna por traducirse en caracteres y palabras. Eso sí, en esta libreta siempre escribo con lápiz aunque jamás utilice en ella un borrador. Encuentro en la sutileza del grafito una metáfora perfecta acerca del paso mutable, transitorio de la palabra que no termina de crecer, de la historia que no se termina de construir. Si no hago algo con esas ideas, al cabo de un tiempo terminan por desvanecerse. Es como ponerse un contador que va en cuenta regresiva, un deadline dejado caprichosamente a la materialidad de su escritura.
Me cuesta mucho escribir en la misma computadora que en la que ilustro. ¿Por qué? Si me detengo a pensarlo, siento que algo se posa y va dejando un aura sobre las teclas combinadas para formar palabras, como si se les dotara a cada una de un alma propia, más allá de un comando (ctrl + T = transformar). En cada una ya hay un tono, una nota que me permite, al teclearlas, escribir una música. No sé si se pueda considerar un amuleto —sortilegio parece más adecuado— pero el tick de cada tecla me es necesario para escuchar aquello que voy escribiendo, e incluso he adquirido aplicaciones que emulan el sonido de la máquina de escribir análoga.
Quisiera decir que sólo escribo bajo el efecto de la luna llena, o sentada en el taburete de un bisabuelo poeta, o bajo la pata del Conejo blanco que perdió a Alicia, pero me temo que soy bastante convencional. Escribo cuando puedo, a veces entre el aseo de mi departamento y entre los olores de mis intentos de guisos.
¿Qué proyecto tienes a corto plazo como escritora?
Trabajo en la reescritura de mi segunda novela —otra deuda que tenía con mi yo adolescente—. No es tan breve como Réquiem para un pez escarlata y se ha rehusado a fluir de la misma forma. En vez de tres días, llevo trabajando en ella unos tres años, aunque lo hago a cuenta gotas por diversas razones, entre ellas la tesis. Comenzó como una idea para cortometraje de stop-motion —cosa que aún no descarto—, mas descubrí que los personajes me exigían cederles más espacio. Puedo adelantar que se trata de una historia sobre hadas. Es otra trama de crecimiento y búsqueda de la pertenencia, aunque de un modo muy distinto al de la protagonista de mi primera novela; más lúdico —sin perder su toque macabro—. Quizá por ello se me ha dificultado —padezco una inclinación por las historias melancólicas—. Uno debiera escribir el primer borrador “en caliente y sin detenerse”, cargado de intención, luego ya sentarse a estructurar, a construir mapas y diagramas de puntos de tensión narrativa. Eso sí, la verdad es que, a pesar de las “peripecias”, he disfrutado y aprendido mucho del proceso y no he estado sola pues tengo la oportunidad de trabajarlo en un taller literario excepcional, dirigido por la escritora y doctora en letras Lola Horner.
También estoy trabajando en el argumento de mi tercera novela que visualizo como un híbrido entre texto literario y narrativa gráfica. De hecho, esta es parte de mi investigación de maestría —el Posgrado en Artes y Diseño admite las tesis teórico-prácticas, un privilegio que no puedo desaprovechar—. Una vez más, la gráfica y la literatura se vuelven a encontrar en mi quehacer. En este proyecto tengo al Tiempo como protagonista: no se me pudo ocurrir un personaje más escurridizo ni abstracto.